Mi primer libro de poemas, La posibilidad de convertir pirañas en peces inofensivos (publicado por la editorial Denes en 2021), ha obtenido el XVII Premio César Simón de Poesía de la Universitat de València “atendiendo su calidad, originalidad y profundidad reflexiva. Un poemario redondo, inquieto, moderno, orgánico, nada previsible que invita a la imaginación a partir de la fusión de referencias cultas y un imaginario contemporáneo, capaz de acercar la poesía a un amplio espectro de lectores”, en palabras del jurado que falló dicho galardón.

2020

La posibilidad de convertir pirañas en peces inofensivos



Autobiografía

De mi tierna infancia

en un suburbio al que prefiero llamar Baltimore

solo recuerdo

mi cuerpo enano rodando por las escaleras,

las interminables piernas de la maestra de la guardería

y a un compañero

al que clavé los dientes en el antebrazo.

Luego me trasplantaron a mi pueblo.

Quise ser dibujante,

guitarrista, hijo de otra familia,

gitano o místico.

Pero he sido monaguillo, monitor de campamento, pastor inútil, cartero en el desierto,

estudiante becado por el Opus Dei, profesor de español

para extranjeros, traductor silenciado.

Mi primera novia me dejó por un maquillador de muertos.

Mi padre no me pega

desde que con dieciséis le devolví una hostia.

Mi madre me pregunta que si como y será santa.

Tengo dos bicicletas (la de diario y la de los domingos),

una casa sin cédula de habitabilidad

y seis hijos probeta a los que no conozco.

Soy un buen partido.




sole(d)A(d) 1

Me he quitado las gafas

de enamorarme

y me sobran motivos

para olvidarte.

 


sole(d)A(d) 2

He lavado las sábanas

y de repente

se me han ido las penas

con detergente.



Fraternidad

Cuando mamá y papá hayan muerto

solo quedaremos tú y yo

para provocar corrientes de aire que desplacen de sitio a las pelusas,

para alimentar a nuestro rebaño de ovejas disecadas

y recordar aquel olor a queso rancio.

Por respeto a su memoria

guardaremos silencio

y de manera tácita

pactaremos un horario de visitas.

Ocuparemos los cuartos más lejanos de la casa

y quizá algún día,

andando el tiempo,

liberaremos las pelusas, el ganado, aquel olor a viejo

y las palabras que nunca nos dijimos.


A un barbero tunecino

Palermo, agosto de 2018

En la mesa hay navajas y tijeras

y diversos instrumentos de tortura.

Por la fuerza de Dios, que me ha sentado en esta vieja silla giratoria,

encomiendo a tus manos mi garganta:

Degradado, por favor.

El mal menor podría ser un corte limpio.

Pienso en las cruzadas, en la Reconquista,

en la franja de Gaza,

en Irak y Afganistán, en las fronteras

por las que Oriente y Occidente se desangran.

No te faltan motivos.

Dios, el Clemente, el Misericordioso, el Único, ha guiado mis pasos extraviados

hasta tu peluquería low cost

donde, frente al espejo,

jugamos al rehén y al miliciano.

He aquí la cabeza del enemigo de Dios.

Me apresuro a la oración 

(líbrame del castigo, Señor) 

y al terminar el afeitado

señalo mis entradas.

Tú respondes: –No es calvicie;

es el tiempo abriendo surcos en tu pelo.

Que la paz sea contigo.

 


El río que pasa por mi aldea


El río que nos une tiene nombre de herida 

y es un río-frontera que contiene dentro

la posibilidad de todos los lugares.


Ay, quién supiera

navegar río arriba con el júbilo de un banco de salmones.

o de los espermatozoides más osados

hasta otros pies bañados por este mismo río.


Feliz aquel que puede

rozar la transparencia

allí donde las aguas son más puras.


Tu reino no es de este mundo

(a David, nadador-salvador de la piscina municipal de Arroios, Lisboa)

No lo socorras. Déjale

hundirse en cloro o respirar lejía, 

naufragar a su suerte en esas aguas quietas 

y despertarse en otro paraíso

donde los elegidos

lleváis speedos bajo el albornoz.

 


Metamorfosis

Dejar de ser quien soy

borrar los límites

di

sol

verme

 


Por Alusión

Tras devorar a sus dueños

(que demasiado tarde comprendieron

por qué no es conveniente -ni legal-

tener como mascota a un lobo)

mordisqueó sus propias uñas,

se arrancó las cutículas,

y con ellas la piel.

Qué placer descubrir que uno mismo es comestible

para saciar un apetito

que no se acaba nunca.

Qué placer la autofagia

y poner fin así a la insatisfacción

disfrazada de desórdenes alimentario